"Convento de la Madre de Dios" Coria (Caceres) Pintura oleo sobre lienzo original de Fefi Bernáldez |
En la soledad de la pequeña iglesia Sor Purificación juntaba
las manos con fervor y volvía a rezar suplicando al Altísimo que la librara de
aquella tentación que ocupaba sus sentidos y no dejaba respiro a su ser para la
concentración y el recogimiento necesarios en una religiosa como era ella,
fervorosa y entregada al culto, o así debería ser…
El deseo inundaba su boca con el recuerdo de aquella dulce
suavidad en sus labios y su lengua y su cuerpo se estremecía imperceptiblemente
bajo los gruesos hábitos, volvía a rezar pero no conseguía concentrarse, el
pecado rondaba su mente sin poder evitarlo.
A duras penas había conseguido superar aquel deseo durante
unos días, pero esa mañana lo vio en la cocina y no pudo evitar mirarlo con
codicia, tuvo que disimular para que sus compañeras no notaran el
estremecimiento que recorría su orondo
cuerpo y toda su fortaleza se vino abajo, sabía que tarde o temprano volvería a
pecar.
-
No debo sucumbir, otra vez no, es un pecado capital-
se decía una y otra vez, pero otra voz, quizás la del mismísimo diablo, le
decía que porqué tenía que ser pecado algo tan sublime- ¡Vaya, y ahora vuelvo a
pecar poniendo en duda las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia!
Sabía que sus compañeras le harían mil reproches si llegaran
a enterarse, le darían mil razones para no volver a caer en la tentación y ella
sabía que era por su bien. Y no digamos si lo supiera la madre superiora, el
castigo sería muy severo, eran las normas de la comunidad, un castigo ejemplar
para un pecado tan grande… pero allí seguía, apoderándose de su voluntad aquel
deseo irrefrenable.
-
Solo una vez más- se dijo Sor Purificación
poniéndose en pié y alisando su hábito con las manos con delicadeza.
Salió del templo a la cálida luz del hermoso claustro y anduvo
unos pasos mirando a todos lados, para asegurarse de que no había ninguna
hermana que pudiera verla y aligeró el paso. Al llegar junto a la frondosa
hiedra se escondió rápidamente tras ella y suspiró con resignación.
Sacó del amplio bolsillo de su hábito el paquetito y abrió
el envoltorio con cuidado, allí estaba el objeto de su deseo, un hermoso pastel
relleno de crema y rebozado en miel con la masa más delicada y tierna que se
hacía en el convento.
-
Además también cometo el pecado de hurto- se
dijo recordando que lo había sustraído de la cocina en un descuido de las
hermanas reposteras.
Se encogió de hombros levemente y llevándose el delicioso
dulce a la boca le dio un gran bocado, con avidez, llenándose la boca de
aquella tierna y dulce tentación.
Cuando hubo acabado guardó con cuidado el envoltorio en su
bolsillo y salió al pasillo de alta bóveda y hermosas columnas, sus abundantes
carnes aún se estremecían de placer.
Fefi Bernáldez, Septiembre 2013
Fefi Bernáldez, Septiembre 2013
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