11.10.2008

El faro de Portugal



Sentado en el murete que limita la vieja construcción contigua al faro de Santa Marta, el hombre, con la mirada perdida en el horizonte de nubes y agua, sostenía la carta en su mano derecha. No había abierto el sobre, no era necesario, él sabía lo que esa carta anunciaba.
Venía aquella carta de muy lejos, Sao Paulo, Brasil, según se leía en el sobre, y el nombre en el remite lo decía todo; Márcia Soares.

Apretaba aquel sobre en su mano, arrugándolo, mientras las lagrimas corrían por su rostro, curtido de sol y mar, haciendo pequeños riachuelos de los surcos que los años habían ido dejando en él. Márcia Soares… la última vez que la vio fue en la popa del barco que la llevaría, junto a Joâo, a aquel lejano país buscando la paz y la felicidad. Agitaba ella su pañuelo en señal de despedida, él decía adiós con su mano grande y encallecida, y aunque no los veía en la distancia, Mario sabía que sus ojos estarían tan húmedos como los de él.


Se conocían de siempre, eran amigos desde antes de lo que la memoria alcanzaba a recordar, fueron juntos a la escuela de su barrio de pescadores, donde compartían enseñanzas y travesuras. Recordó Mario, con una media sonrisa, aquel día en que le metieron a Sarita, la niña más presumida y caprichosa de la clase, aquella pobre rana por la espalda ¡como saltaba y gritaba!, pasaron un buen rato de risas junto a sus compañeros, y tuvieron para varios días. La peor parte se la llevó la pobre rana, que quedo aplastada por los manotazos de Sarita, y finalmente rematada de un pisotón. Sarita nunca les había perdonado, aún hoy en día, después de tantos años, cuando se encontraban por la calle el saludo era serio y breve.


Crecieron jugando alrededor de aquel faro, blanco y azul de planta cuadrada y esquinas rematadas con piedra gris, donde Mario vivía, pues su padre era el farero, como antes lo habían sido su abuelo y su bisabuelo, y como lo sería después él mismo.


¡Tantos recuerdos ligados a este faro!. Cada tarde sus juegos se desarrollaban en torno a él, corrían persiguiéndose por la arena, mojándose con la espuma de las olas, hacían equilibrios sobre el murete, se escondían en el viejo fuerte… y al atardecer subían hasta lo más alto del faro, se sentaban con los pies colgando y los brazos apoyados en la barandilla roja y se quedaban en silencio viendo como el sol desaparecía lentamente en el horizonte, tiñendo las nubes de matices anaranjados, violetas, rojos… y permanecían allí hasta que divisaban los barcos de pesca regresando al puerto.


Los amigos eran inseparables, ninguno de los dos había tenido hermanos varones, y era como si ellos realmente lo fuesen, aún más, por que se sentían hermanos por elección de ambos, no por haber nacido en la misma familia por casualidad.


Competían por las mismas chicas, pero cuando uno se enamoraba de alguna, el otro se apartaba. Aunque en alguna ocasión habían compartido novia, sin celos, con el compañerismo de dos soldados en tiempo de guerra, como se comparte el pan o el vino, por pura camaradería o, sencillamente por necesidad física.


Pero cuando Joâo conoció a Marcia, ya no hubo más mujer en el mundo para él, no importó que estuviese casada, el amor estalló entre ellos como los fuegos artificiales en la fiesta de la Patrona y nadie pudo separarlos.


Partieron hacia el futuro con el primer hijo de los dos germinando en las entrañas de Marcia y perseguidos por la amenaza de muerte del marido y los hermanos de ella.

¡Cuantos años y cuantas cartas!.Todas ellas escritas con la letra picuda y presurosa de Joâo. Y ahora esta, en la que el nombre de la mujer y aquella letra redonda y cuidadosa, gritaba lo que Mario no quisiera oír jamás.


Allí lo encontró Luzia, su esposa, sentado junto al faro y con la carta apretada en su mano huesuda y arrugada, mirando aquel horizonte de agua y nubes, como tantas veces lo había mirado junto a su amigo, esperando ver regresar el barco que tan lejos lo había llevado.

No hacía falta decir nada, las lágrimas corriendo por sus mejillas eran suficiente, lo abrazó y besó la humedad de su rostro y él, con voz enronquecida por el llanto, le susurro:


- Joâo ha muerto.



Pintura: "El faro Santa Marta (Cascais)" de J.Bernáldez

11.06.2008

Aquel día

El día que le conoció había empezado mal. Se había manchado la blusa desayunando y tuvo que cambiarse. Había pasado un buen rato en un atasco absurdo y cuando por fin consiguió llegar al polígono donde tenía su primera visita del día, se desorientó y la búsqueda de la dirección, que parecía tan sencilla en el callejero, se complicó haciéndole perder un buen rato. Para completar el comienzo de la maña na tuvo un pequeño accidente con otro coche, papeles, explicaciones...en fin, un desastre. Estaba considerando la posibilidad de dejar la visita para otro día y pasar a la siguiente, cuando, por fin, encontró la empresa. Se presentó a la recepcionista y, pasados escasos minutos, apareció él. Un hombre grande, con una cara redonda que se iluminó con una amplia sonrisa, y ella pensó: "Que angelote más simpático".

El día que la conoció había empezado mal. Había tenido una agria discusión con su mujer antes de salir de casa, aún le pesaba en el ánimo cuando llego a la fábrica para encontrar más problemas. En la cadena de producción se habían calculado mal unas piezas que urgía entregar, un proveedor importante tenia a sus trabajadores en huelga y se retrasaría en las entregas, y un sin fin de problemas más. Cuando abrió su agenda vio anotada la cita con aquella comercial, algo en aquella voz que le telefoneó le había agradado, pero ahora se arrepintió de haber quedado con ella. ¡¡Con el día que llevaba!! ... . Cuando salió a recibirla se encontró con una mujer morena con una preciosa sonrisa y él pensó: "Que polvo la echaba".

Se estrecharon las manos y reconocieron una corriente de simpatía mutua, hablaron poco del motivo de la visita y mucho de otras muchas cosas, como dos viejos amigos. La visita que habría durado quince minutos se alargó casi una hora. Él olvidó los problemas por un rato y ella olvidó que llegaba tarde a su próxima visita. Cuando se despidieron se estrecharon de nuevo las manos y ella pensó: ¡¡Que angelote más simpático", y él pensó: "!!Que polvo la echaba!!". Y cada uno siguió con su trabajo, con sus problemas... con su vida.

El día que se conocieron ni él ni ella buscaban ni esperaban nada.

Él trataba de mantener a flote un matrimonio moribundo y estaba volcado en su trabajo para suplir la falta de amor.

Ella hacia unos años que había salido de un matrimonio fracasado y había tomado las riendas de su vida en solitario.

Pero el Amor es un niño travieso y ese día, que tan mal había empezado, decidió enredar en sus vidas, prendiendo una pequeña llama.

El día que se conocieron ni él ni ella fueron conscientes, pero fue el primer día de su gran historia de amor.

11.03.2008

El patito feo

- Papá, léeme “El patito feo”.
- No Florita, te leo otro cuento, pero ese no.
- ¡Que sí, que yo quiero “El patito feo”!

Así cada día. El padre no quería leer aquel cuento, sabía que pasaría lo de siempre y trataba de convencer a la niña, tentándola con otras historias.

- Mira Florita, está también “La bella durmiente”, “La Cenicienta”, “El gato con botas”…
- ¡No, yo quiero “El patito feo”! por favor, por favor.
- Bueno, pero si prometes no llorar.
- No papá, no voy a llorar, lo prometo.

“Érase una vez una Señora Pata, que vivía en una granja donde había muchos animales. Como cada verano, a la Señora Pata le dio por empollar y todas sus amigas del corral estaban deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran los más guapos de todos. Llegó el día en que los patitos comenzaron a abrir los huevos poco a poco y todos se congregaron ante el nido para verlos por primera vez. Uno a uno fueron saliendo hasta seis preciosos patitos, cada uno acompañado por los gritos de alborozo de la Señora Pata y sus amigas. Tan contentas estaban, que tardaron un poco en darse cuenta de que un huevo, el más grande de los siete, aún no se había abierto.
Al poco el huevo comenzó a romperse y de él salió un sonriente pato, más grande que sus hermanos, pero ¡oh, sorpresa!, muchísimo más feo y desgarbado que los otros seis…

El padre miraba a Florita, que a duras penas podía disimular el brillo de sus ojos, a punto de llorar.

- Florita ¿Lo dejamos?.
- ¡¡No!! No por favor, no voy a llorar. Sigue papá.

“La Señora Pata se moría de vergüenza por haber tenido un patito tan feísimo y le apartó con el ala, mientras prestaba atención a los otros seis. El patito se quedó tristísimo, porque se empezó a dar cuenta de que allí no le querian…

Florita ya hacía pucheros, y su padre ponía los ojos en blanco.

“Pasaron los días y su aspecto no mejoraba, al contrario, empeoraba, pues crecía muy rápido y era flacucho y desgarbado, además de bastante torpe el pobrecito. Sus hermanos le jugaban pesadas bromas y se reían constantemente de él llamándole feo y torpe.
El patito decidió que debía buscar un lugar donde pudiese encontrar amigos que de verdad le quisieran a pesar de su desastroso aspecto y una mañana muy temprano, antes de que se levantase el granjero, huyó por un agujero del cercado. Así llegó a otra granja, donde una vieja le recogió y el patito feo creyó que había encontrado un sitio donde por fin le querrían y cuidarían, pero se equivocó también, porque la vieja era mala y sólo quería que el pobre patito le sirviera de primer plato. También se fue de aquí corriendo.
Llegó el invierno y el patito feo casi se muere de hambre pues tuvo que buscar comida entre el hielo y la nieve y tuvo que huir de cazadores que pretendían dispararle.”


Florita ya lloraba abiertamente.
- ¡Hasta aquí hemos llegado! Se acabo, no leo más.
- No papá, que ya no lloro más ¿Ves?. Ya me limpio los mocos y no lloro.

El padre, resignado, siguió leyendo, aunque sabía que no podría contenerse. Pero era mejor terminar.

“Al fin llegó la primavera y el patito pasó por un estanque donde encontró las aves más bellas que jamás había visto hasta entonces. Eran elegantes, gráciles y se movían con tanta distinción que se sintió totalmente acomplejado porque él era muy torpe. De todas formas, como no tenía nada que perder se acercó a ellas y les preguntó si podía bañarse también.
Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el patito vio en el estanque, le respondieron:
- ¡Claro que sí, eres uno de los nuestros!
A lo que el patito respondió:
- -¡No os burléis de mí!. Ya sé que soy feo y desgarbado, pero no deberíais reír por eso...
- Mira tu reflejo en el estanque -le dijeron ellos- y verás cómo no te mentimos.
El patito se introdujo incrédulo en el agua transparente y lo que vio le dejó maravillado. ¡Durante el largo invierno se había transformado en un precioso cisne!. Aquel patito feo y desgarbado era ahora el cisne más blanco y elegante de todos cuantos había en el estanque
Así fue como el patito feo se unió a los suyos y vivió feliz para siempre.”


Y después de secarse las lágrimas y sonarse bien los mocos, Florita le dio un beso y un gran abrazo a su papá y se fue a la cama satisfecha, “El patito feo” era feliz. Por esta vez…

Mañana vería si lo conseguía de nuevo.