"Convento de la Madre de Dios" Coria (Caceres) Pintura oleo sobre lienzo original de Fefi Bernáldez |
Fefi Bernáldez, Septiembre 2013
"Convento de la Madre de Dios" Coria (Caceres) Pintura oleo sobre lienzo original de Fefi Bernáldez |
La primera vez que Teresa vio el mar fue en la iglesia de su pueblo, al mirar los ojos de Inés y, como estaba en la iglesia, creyó haber visto a un ángel.
Fue en la boda de su prima Rita, cuando, durante la misa, el cura dijo “ Daos
Eso pensó Teresa automáticamente, “Verdes como mares”, como el mar que no había visto nunca, ese mar que conocía de las películas y de las fotos de las revistas y los libros. Se miraron y el rubor asomó a sus caritas maquilladas para la ocasión, se dieron “
Se la presentó su tía, eran primas lejanas, y se saludaron cohibidas, sin saber por qué. Después el novio de Teresa vino junto a ella y se la llevó a bailar. Pero Teresa no podía apartar los ojos de Inés, buscaba aquel vestido verde y, cuando aparecía envolviendo a su dueña, Teresa miraba a otro lado, avergonzada de mirar así a una chica. Al parecer, Inés también la perseguía, buscándola con sus ojos verdes. Desde ese día Teresa empezó a desear ahogarse en esos mares.
Se hicieron pronto amigas, Inés vivía en el otro extremo del pueblo, pero se las arreglaban para verse a diario. Quedaban para ir a la compra, para tomar café, para cualquier cosa que les permitiera estar juntas. No había nadie con quien desearan más estar, ni a quien desearan más ver.
Cuando se besaron por primera vez, Teresa supo que había llegado su verdadero amor, que sus novios anteriores solo lo habían sido por convencionalismo. Dejó a su novio “de toda la vida” y nadie, encontró explicación para ello.
Cuando se besaron la segunda vez, Inés dejó de creer que aquello solo era una gran amistad entre dos chicas, que esas cosas no le pasarían a ella. Nunca se había sentido demasiado atraída por ningún chico, aunque la belleza de sus ojos, su cuerpo bien proporcionado y su rostro perfecto, los atraía como moscas a la miel. Y se entregó a aquel amor, sin reservas, con el ímpetu del mar.
Vivian su amor a escondidas. En su pueblo pequeño, y en aquellos tiempos, no se entendía esas cosas. ¡! Dos mujeres juntas ¡!, “Pan con pan”, se decía y cosas mucho menos amables, tortilleras, marimachos, guarras, viciosas… Y todo eso y más, se dijo de Teresa e Inés cuando las sorprendió la vecina más cotilla del pueblo, besándose en las sombras del portal de Inés.
El escándalo se extendió por todo el pueblo. Los padres de ambas tomaron las medidas que creyeron más adecuadas para acabar con aquella aberración. Las encerraron, las golpearon y las castigaron de muchas formas. Pero eso no podía durar eternamente, así lo pensó Teresa y así fue.
El confinamiento duró varias semanas. El tiempo necesario para que el escándalo se olvidara un poco y, quizás, para que las chicas recapacitasen y se les olvidara aquella tontería de niñas. Eso pensaron sus padres, pero era como querer poner diques al mar.
Y volvieron a verse una mañana de final de septiembre. Teresa estaba en una tienda comprando hilos para bordar, cuando entró Inés, se miraron un momento y, al ver aquellos dos mares a punto de derramarse y los moratones, unos casi borrados, otros recientes, en la carita tan amada, Teresa tomó una decisión.
Cuando Inés salió de la tienda, allí estaba Teresa, esperándola en la acera, se acerco a ella y le dijo: “Yo me voy mañana en el primer autobús, si estás allí seré muy feliz”, se volvió y se marchó sin más palabras.
Teresa pasó la noche sin dormir. Escribió una larga carta a sus padres, donde trataba de explicar lo inexplicable y metió en una maleta lo imprescindible para comenzar una nueva vida, lejos, en el anonimato de la gran ciudad. Una vida que se proponía afrontar, con Inés, o sin ella.
Salió de aquella casa, que al cruzar el umbral dejo de ser la suya para siempre, de madrugada, antes de que se despertara nadie de su familia. Con sus pocas pertenencias bien ordenadas en su pequeña maleta y el corazón encogido, casi paralizado en el pecho, ante la incertidumbre que representaba su futuro.
Pero al llegar a la parada del autobús todas sus dudas desaparecieron, allí estaba Inés, con su maletita, su vestido verde de las fiestas y su rebequita blanca. Se había vestido y maquillado como la primera vez que se vieron, en la boda de su prima y en sus ojos de mar brillaban miles de estrellas.
Fefi B. Marzo, 2008
No podía creerlo, él estaba allí, frente a ella. ¿Cuanto tiempo había pasado, diez años?. Apenas había cambiado, apenas unas tenues arruguitas enmarcando los ojos, más marcados los pómulos, más anchos lo hombros... pero lo hubiera reconocido entre un millón, lo había recordado todos los días desde la última vez que se vieron.
Aquel caluroso mes de Agosto ella había cumplido dieciséis años. Y fue en su fiesta de cumpleaños donde le conoció. Él estaba pasando unos días de vacaciones en su pueblo costero, en casa de su amiga Loli, pues había venido con el primo de ésta. Cuando llegó a ella le gustó de inmediato, se las ingenió para estar cerca de él, coqueteando descaradamente, provocándole con la poca habilidad que su inexperiencia le permitía. Le parecía tan guapo, tan interesante, tan mayor. Tenía algunos años más que ella ¿ocho, diez? le parecía un dios.
Le persiguió durante los quince días que él estuvo en su pueblo. Se hacía la encontradiza en los bares, en el cine, en la playa... y, al final, él no pudo resistirse.
Quedaron a solas y, casi de madrugada, se entregó por primera vez. Él fue delicado, no le hizo daño, incluso la hizo disfrutar. Cuando se despidieron en la puerta de la casa de ella la beso, era el beso de despedida. La besó con tanta dulzura, que ella lloró de emoción. Nunca olvidaría ese beso. Nunca.
Después vendrían muchos besos más, muchos hombres más, pero aquel beso era su tesoro, recordaba el sabor de su lengua, la suavidad de sus labios sobre los de ella, soñaba con ese beso.
Había esperado su regreso tejiendo sueños de ternura y pasión, deseando que él se hubiese enamorado de ella y viniera para vivir un romance apasionado. Pero despues de algun tiempo supo que él se había casado y que ella solo fué un momento en una noche calurosa de un més de agosto a la orilla del mar.
Y ahora estaba ahí, frente a ella, sonriéndole y sin reconocerla. ¿Tanto había cambiado?. Ya no llevaba su hermosa melena castaña, su pelo estaba teñido de rubio y con un corte moderno, su cara no era ya la de aquella bonita adolescente, ahora iba maquillada.
Él la había observado un momento en silencio “Me resultas conocida” le había dicho, y el corazón de ella latió tan fuerte que se asombró de que él no se diera cuenta. Por un momento soñó que no la había olvidado, que la recordaba como ella a él. Pero ese momento pasó “Ya sé, te pareces a mi prima Sara” y el corazón de ella, que antes volaba, cayó al suelo herido como por un disparo.
A partir de ese instante se comportó como él esperaba, desnudándolo con manos expertas, seduciéndole con palabras atrevidas, provocándole con su cuerpo. Puso todo su interés y su experiencia para que él disfrutara tanto, que aquel polvo fuera inolvidable.
Cuando acabó, él tenía la mirada feliz del animal satisfecho. Se vistió y sacó la cartera de su americana, le tendió los billetes pero ella no los aceptó.
“¿Por qué?” preguntó él. “Es un regalo para que no me olvides esta vez”, pero no quiso desvelar quien era y añadió “esta vez invito yo”. Él quiso besarla y ella lo rechazó. “No te olvidaré nunca”. Le despidió en la puerta del estudio que era su lugar de trabajo, donde recibía a sus clientes. Cerró la puerta y sonrió para ella misma.
Ahora estaban en paz. Sabía que no la olvidaría esta vez. Él había olvidado con facilidad a una adolescente enamorada que se entregaba por primera vez, pero no olvidaría nunca a una puta que le regaló un polvo increíble. Y ella seguiría recordando aquel beso adolescente, el beso más dulce.
Fefi B. Febrero, 2008